Hartos
de viajar, tiramos nuestras mochilas en un empedrado donde nos dejo
el colectivo, lo primero que hicimos fue mirar el cielo. Era igual al
que vemos en Buenos Aires, pero para nosotros ese cielo era más
antiguo, más extenso. Sentados todavía en el suelo de la calle,
respiramos fuerte y eso hizo que nuestros ojos se cerraran
repentinamente. Sin mirarnos, ambos estábamos en la misma posición y
con la cabeza hacia arriba. Todavía con los ojos cerrados, hice un
movimiento con mi mano, buscando la tuya. Tantos años queriendo viajar juntos y ahora
estábamos en Lisboa. Cuántas noches nos quedamos a oscuras en la
cama hablando de nuestros deseos de conocer, de perdernos en esta
ciudad. Hice un movimiento y rozamos las palmas, atinando a hacer lo
mismo.
Los
bocinazos hicieron desconcentrarnos y bruscamente nos levantamos para
aprontarnos a la vereda.
Quede
callada y pensaba en el momento único de llegar a un lugar
extranjero. Cuánta gente llega a un sitio nuevo y corre al hotel
como para protegerse de lo desconocido. Lisboa para nosotros era como
llegar a lo más lejano de nuestro pensamiento, era realmente un
lugar extraño y añorado, por eso, cuando llegamos quisimos conectarnos
con el aire de la ciudad, hicimos una pausa, olimos los aromas,
escuchamos los ruidos, la música y los silencios.
Siempre
nosotros colgados, nos quedamos riendo en la vereda, y así pasamos
unos cuarenta minutos desde que el colectivo nos dejo ahí, todavía
nos faltaba buscar un lugar donde pasar la noche, almorzar algo - nos
moríamos de hambre - y no queríamos que el día se nos pase
volando, como sucede siempre que estamos juntos.
¡Cuántos
problemas nos traía el tiempo!, que nunca se detenía. Solíamos ignorar lo que pasaba en el
mundo externo. Siempre fuimos capaces de construir una burbuja que nos separará de la realidad. Sólo
nos importaba andar juntos por la calle, reírnos de alguna de tus payasadas o
simplemente jugar al cíclope.
-
Nunca dejemos de ser novios -
me dijiste aquella vez acostados en la cama de tu departamento en
Villa Urquiza. Nunca deje de pensar en tus palabras, cuánta razón
tenías al decirlo y con cuánto amor lo dijiste. Recuerdo que
tomábamos mates, cuando planeamos este viaje, capaz que pensábamos
que nunca lo concretaríamos, mas allá de lo económico, por que
pensábamos que estas cosas estaban muy lejanas para nosotros,
pensábamos que estos viajes a Europa los hacía la gente con
salarios disparatados y casas con autos y perros Caniches. Ese
día, vos te quejabas de la bombilla que no quería funcionar y
decías -
esto no anda – y
yo reía sin ganas, y comenzaba el juego de risas interminables hasta
que yo terminaba tirada en el piso riendo en una posición extraña.
Volvíamos con el mate y nos preguntábamos por que reíamos así,
ninguno podía explicar la situación, hasta que yo hacía el juego
de repasar las últimas acciones volviendo los pasos atrás con la
memoria y lograba recordar. Después, terminábamos comentando lo
poco que necesitábamos para divertirnos, y así se desarrollaban
nuestras charlas de mate y hablábamos de nuestro amor sano, justo,
sincero. Y precisamente en una de esas charlas nació nuestro viaje,
no tan sólo lo considerábamos un viaje de placer o un viaje
cultural; era como un viaje al amor. Reíamos y decíamos que
habíamos sacado el pasaje en Potrerillos bajo estrellas infinitas,
inalcanzables, fugaces destino a… solíamos nombrarlo infinito
particular.
Viajar
al amor, un sitio que decías no haber experimentado y que yo solía
decir que tampoco. No de este modo, nunca había hecho un viaje tan
sencillo y puro, con tanto para recibir y para dar, un viaje a lo más
profundo y limpio de nuestro ser. Nunca olvidaré tus palabras -
ahora
sé que es necesario amar -.
Levantamos
nuestras mochilas y empezamos a consultar los mapas que habíamos
llevado, debíamos encontrar un lugar antes de que anochezca. Nos
costaría un poco la comunicación, nuestro portugués era escaso, y
aunque a mi me gustaba mucho, nunca fui buena con los idiomas.
Empezamos
a caminar sin rumbo. Luego de un rato de caminata vos señalaste un almacén que llevaba una nota de alquiler en su vidriera. Entramos y el señor nos informó que alquilaba una
habitación a viajeros. Me alegre de saber que siempre tuviste una
vista privilegiada, de ser por mí nunca lo hubiéramos encontrado.
El
señor nos indico que esperáramos al cierre del local, sólo
tardaría 20 minutos, así podría mostrarnos el lugar con tiempo. Accedimos
a esperar en la puerta del almacén, teníamos mucha hambre, así que
pensamos en comprar algo para paliar la espera. Entraste al almacén.
Te vi mientras mirabas los productos. Tenías un aire cansado, pero
un cansancio alegre. Te miraba, te veías guapo y no podía dejar de
pensar en tu buena compañía. Que privilegiada me sentía.
Era
un almacén viejo. Trajiste unas galletas, que estaban muy sabrosas. Por
fin, el señor apago las luces, caminamos unas cuadras hasta la casa
y muy amablemente nos mostró las instalaciones. Era una casa grande,
cercana a un centro comercial, y al entrar sentimos un aroma
exquisito a comida. Adoro los olores de los lugares, soy muy
memoriosa con el olfato, no sé cual será la razón.
Sólo
tenía una habitación para alquilar, al entrar vimos que tenía una
cama grande, más grande que la de tu departamento. No es que me
quejára, pero llamaba mucho la atención el tamaño. Lo que más nos
gusto era que una ventana enorme permitía pasar el sol e iluminaba
toda la habitación. No nos mataban con lo que pedían así que
decidimos quedarnos. Los dueños de casa nos hicieron sentir a
gusto.
Cerramos
la puerta de la habitación, y nos tiramos en la cama para probar
cuán cómoda era, hacía algo de ruido pero no iba a traernos eso un
problema. Estábamos contentos de haber encontrado rápido un lugar
agradable. Nos besamos por largo rato, como de costumbre, hasta que
vos dijiste que era buena idea recorrer el barrio donde estaríamos
viviendo antes de que acabara la luz del día. Dejamos nuestras
cosas tiradas, propusiste llevar una mochila y poner todo lo que
precisaríamos en el camino, no me opuse, quería evitar luego la
queja que se produciría al meter la mano y encontrar cosas que solo
ocupaban lugar, cosas que no eran necesarias. Agarramos la cámara
fotográfica para aprovechar la salida y hacer algunas fotos. En
Buenos Aires, te había contagiado el gusto por la fotografía y
sabías expresarlo bastante bien. Éramos sólo unos aficionados del
arte de captar imágenes fijas.
Hicimos
nuestro primer pago, dejamos nuestros datos personales y salimos.
Agarrados de la mano, andábamos como quien no sabe donde va. El día
estaba con un sol resplandeciente, en el apuro olvidaste tus anteojos
de sol y te pasaste toda la tarde rezongando. Sugerí comprar unos
nuevos, los que tenías pronto terminarían de romperse. No
encontramos nada abierto, parece que era la hora de la siesta.
Caminamos y buscábamos el mar en cada paso. Me
habían dicho que la primavera era particular en Lisboa, los días se
alargaban y una luz especial iluminaba las calles, nosotros
disfrutábamos de la caminata, asombrados por cada cosa que veíamos,
las construcciones, la gente, los carteles, los autos. Un silencio invadía nuestra
paz. Ninguno de los dos decía nada, no eran necesarias las palabras.
Entramos a una calle empinada, muy angosta y en la esquina nos
besamos. Haciéndote el romántico, me dijiste que me darías un beso
en cada esquina con farol. Yo sonreí.
Se
hacía de noche y no quisimos alejarnos tanto de la casa, era un día
de semana y en las calles ya quedaba poca gente. Yo insistí en tomar
algo en un café de por ahí, y vos con un ademán dijiste –
vamos, busquemos un café de esquina -.
Sabías muy bien que yo adoraba visitar cafés, me gustaba
fotografiarlos, especialmente los cafés de esquinas llenos de
ventanas.
Encontramos
uno recién a la tercera cuadra que caminamos. Al entrar dimos cuenta
de que era un lugar de viejos, en su mayoría hombres. Lo que se
escuchaba parecía música de otros tiempos. Nos sentamos en una mesa
que daba a la calle. Ambos disfrutábamos de observar a la gente, sus
movimientos, sus gestos. Podíamos pasar horas. Vos pediste dos
cafés, el mozo nos sonreía. Quizá no sea un bar donde frecuentan
viajeros - pensé yo.
Mientras
daba el primer sorbo de café tomaste mi mano y me miraste. Siempre
me gusto la forma en que me mirabas, esos ojos azules decían más
que tus palabras. Yo te miraba y entendía todo, estabas loco por mí,
y no hacía falta explicarlo.
Saque
unas fotos a unos viejos que reían, al cajero contando dinero y
luego, aburridos del café, donde no sucedía más que charlas, nos
fuimos a la casa para ordenar nuestras cosas, que habían quedado
todas tiradas.
Al
llegar, los dueños nos convidaron al parecer unos pancitos, como
dándonos la bienvenida a la ciudad y nos enseñaron a su familia.
Nosotros estábamos felices de ser atendidos tan amablemente,
recuerdo que vos no podías creer tanta cordialidad. Eran dos niños
pequeños, el señor, la señora, y la abuela que ya era bastante
mayor.
Hablábamos
poco, yo sentía vergüenza de mi pronunciación, y sin querer
combinaba la lengua española con la portuguesa. Vos te reías de mí,
me inhibía y entonces callaba.
Nos
invitaron a cenar con ellos - eran sumamente generosos – habían
preparado unas pastas, con una salsa rara, pero bastante gustosa. Yo
no di vueltas para comer, tenía mucha hambre.
Fuimos
a la cama y rendidos a la almohada no pronunciamos ninguna palabra
más. Nuestra primera noche en Lisboa se fue volando con total
somnolencia.
A
la mañana siguiente, te desperté con besos y canciones. Vos seguías
con modorra y no querías levantarte. Comencé a protestar, y de un
salto dejaste las sábanas. Mientras me daba una ducha, preparaste el
agua para poner en el termo. Decidimos salir a desayunar por las
calles, con el mate bajo el brazo. Saludamos a la familia y salimos
rápidamente para no perder ni un minuto más del maravilloso día
que prometía.
Cuando
salimos, yo abrí el mapa para ver hacia donde podíamos agarrar. caminamos, nos pedimos, preguntamos, conocimos, sacamos fotos, descubrimos a un Lisboa cultural, probamos comidas y seguimos caminando.
Queríamos conocer algún museo, el primero que encontramos fue el
Museu
da Cidade.
Hacia allá fuimos, tomamos el trolebús, nos parecían tan
pintorescos que queríamos probarlos. Medios perdidos nos bajamos del
trole, consultamos la dirección y estábamos a pocas cuadras.
Buscaba un cigarrillo en mi bolso cuando al levantar la cabeza ya no
te vi. Empecé a buscarte con la mirada, luego di la vuelta. No
estabas. Pensaba que seguro sería una de tus bromas, que de pronto
aparecerías para asustarme, pero no aparecías. Ya comenzaba a estar
intranquila. Me fume el cigarrillo sentada en una parada de ómnibus,
para ver si te veía por algún lado, intente no alejarme del lugar
del desencuentro. Me puse los lentes para estar más atenta, y de
pronto te vi junto a un artista callejero que tocaba su guitarra.
Siempre dedicaste un poco de tu tiempo a los artistas. La
música siempre fue tu forma de expresarte. Ni
siquiera me buscabas, estaba muy enojada, vos te reías porque decías
que hacía un gesto raro cuando estaba enfadada. todavía ofendida te di la mano
y seguimos caminando....
Lisboa, antes de conocerte te soñé. Sin verte ni tocarte, te recorrí. A través de sus palabras, Fernando Pessoa me trajo hasta aquí.
Naturalita